martes, 28 de agosto de 2012

Regreso al pasado

28 de Agosto de 2012

Nuestro último día en el Last Resort ha sido una despedida a lo grande, hicimos un trekking, pero de un día, bueno, de una mañana... Vale... De un rato. Tres horas.

Con guía, subimos la montaña mas cercana, o al menos lo intentamos, porque caminar por los Himalayas es como entrar en un bucle. Cuando coronas una cima siempre tienes delante una montaña más alta.

No obstante, aunque fueran tres horas por la dureza(creo que ya he hablado varias veces del clima tropical) mereció muchísimo la pena. Las vistas eran extraordinarias, los paisajes bellísimos y las terrazas para cultivar arroz adulteran el paisaje, pero aunque sea por la intervención del hombre queda un aspecto natural y fantástico.

Nos quedamos a 6 kilómetros caminando montaña a través de El Tíbet, vamos, que si me apuras casi pudimos pisarlo.

La vuelta al Kathmandu fue en el mas lujoso autobús que hemos visto en Nepal. Podríamos decir que era un transporte europeo, lo cual, tras estos días de deporte se agradece. Y más con el trote que ya llevamos. Aunque estos días hemos estado tan a gusto y tan relajados....

Tras llegar a Kathmandu quedamos para cenar con Aína y Adrián. Los voluntarios con los que estuvimos en Hetauda. Es sorprendente el cariño que se coge a la gente cuando las experiencias son tan intensas. Me alegró enormemente verlos y me sentí muy a gusto reencontrándome con ellos. Eran tantas las cosas que teníamos que contarnos que ni nos daba tiempo a mirar la carta y pedir la cena.

No hacía ni 30 días que nos habíamos conocido y tenía la sensación de conocerlos de toda la vida. Estuvimos todos mucho mas relajados que en nuestras comidas en Hetauda y eso es un gran placer. Hablamos mucho, de muchas cosas, pero al final volvimos al tema de siempre, a hablar de nuestros niños, nuestros nenes, aquellos que fueron el motivo de este viaje y que en unos pocos días conquistaron nuestro corazón de una manera franca, limpia y directa.

Esos niños que no nos han enseñado nada, pero de los que hemos aprendido tanto. Que no querían ni nuestro dinero ni nuestros regalos y que lo que más apreciaban era que les dedicáramos nuestro tiempo y nuestra atención. Nuestra compañía. Niños que no piden pero que no dejan de dar.

Tanto Aína, como Adrián como yo afirmamos rotundamente que queríamos volver. Obviamente no lo estamos viendo de forma objetiva porque aún estamos en Nepal y primeros tenemos que aterrizar en nuestras casas, luego que aterrice nuestra mente y finalmente cuando recuperemos nuestra vida cotidiana saber que es lo que queremos y meditarlo. Con la cabeza fría.

Mi cuerpo ( y el de ellos) me pide volver. Volver a este país anclado en el
pasado. En una casa donde se imparte una educación del siglo pasado... Pero disfrutando con esos nenes que han sido nuestro reciente pasado, pero con los que tan bien lo hemos PASADO.


No hay comentarios:

Publicar un comentario